Inmaculada Ramírez Salguero
Universidad de Granada
Instituto de Estudios Ceutíes
1. CONCEPTOS Y TEORÍAS.
Para
conseguir vislumbrar que se esconde tras el aprender a aprender y
poder intervenir facilitando y optimizando este proceso, nuestro propósito
fundamental es adentrarnos en lo que creemos la clave del aprendizaje
eficaz, concretamente, en el estudio de los factores cognitivos-metacognitivos
y motivacionales, y su incidencia en el rendimiento académico, ya
que parecen tener una profunda interrelación entre sí y una decisiva
repercusión en la evolución académica y personal de los alumnos, como se desprende
de numerosísimas investigaciones realizadas al respecto. Especialmente,
resaltando la necesidad de partir del conocimiento profundo del alumno en su
contexto, al cual hay que acomodar cualquier iniciativa de enseñanza,
destacando la importancia y la necesidad de hacerlo sentirse protagonista y
constructor de su propio aprendizaje.
Ahora
bien, los estudios acerca de los factores cognitivos-metacognitivos y motivacionales
se han abordado de forma conjunta desde hace relativamente poco tiempo, ya que
en un principio fueron analizados por separado, impidiendo apreciar su alcance
y posibilidades. Como consecuencia, el enfoque conjunto ha dado como resultado
la aparición del nuevo constructo conocido como aprendizaje autorregulado
(SRL: Self-Regulated Learning).
Ciertamente,
la óptima realización de una tarea académica no depende exclusivamente de las
capacidades de los alumnos; sino, además, de la motivación que las mueve y de
la evaluación que éstos realizan de ellas, a partir de la información recibida
acerca de la efectividad de sus anteriores realizaciones, especialmente por
parte del profesor. Por tanto, al intentar explicar por qué los alumnos rinden
de la forma en que lo hacen, es imprescindible tener en cuenta sus motivaciones
y creencias personales sobre las capacidades de que disponen para realizar las
tareas.
De
manera que, por una parte, nos vamos a encontrar con la/s variable/s cognitiva/s-metacognitiva/s,
en cuanto a la particular forma de recoger, procesar, asimilar, guardar y recuperar
la información para aplicarla a la solución de problemas (planificación,
regulación, evaluación y feedback) y, por otra, con la/s variable/s
motivacional/es, especialmente de la imagen que tienen sobre sí mismos
(autoconcepto-autoestima-autoeficacia), particularmente como aprendices, como
valoración personal y subjetiva que determina el éxito o fracaso escolar (Núñez,
1992; Cabanach, Núñez y García-Fuentes, 1994;
Núñez y González-Pienda, 1994; Justicia, 1999).
Si
bien es cierto que el alumno entra en la escuela con una motivación y un autoconcepto-autoestima
parcialmente establecido, ello no implica ningún tipo de limitación a la hora
de intervenir sobre éstos de cara a su modificabilidad (Feuerstein, 1979;
Sternberg, 1983; Gardner, 1983; Machargo, 1991; Alcántara, 1993; Branden,
1993; Clark, Clemes y Bean, 1993). Precisamente, el grado de congruencia
existente entre la capacidad real del sujeto y el nivel de la capacidad
percibida, determinará que genere altas o bajas expectativas de éxito en el
aprendizaje, lo cual quiere decir que el rendimiento está mediatizado
directamente por las elaboraciones cognitivas personales (Paris, Olson y
Stevenson, 1983; González-Pienda, Núñez y Valle, 1991; Núñez, 1992). Pero, los
determinantes motivacionales no son exclusivamente los intereses, sino
también las expectativas del sujeto y sus pautas atributivas (Alonso, García y
Montero, 1986; Castro, 1986; Valle y Núñez, 1989; Navas et Al., 1991, 1992;
Jussim y Eccles, 1992; Castejón, Navas y Sampascual, 1993; Sampascual, Navas
y Castejón, 1994; Alonso, 1995).
Los
modelos motivacionales más recientes destacan que la motivación está, en gran
medida, mediatizada por las percepciones que los sujetos tienen de sí mismos y
de las tareas a las que se ven enfrentados (Borkowski y Muthukrishna, 1992),
postulando que la conducta humana es propositiva e intencional y que está
guiada por la representación de metas, siendo unánimes los acuerdos en que las
metas generales de la conducta de rendimiento son demostrar competencia e
incrementar, o al menos proteger, los sentimientos de valía y autoestima (González
y Tourón, 1992). Por ello, no es de extrañar que Weiner (1990) señale como
hecho más significativo de la moderna psicología la conceptualización del fenómeno
motivacional en términos cognitivos y la inclusión del autoconcepto, como
elemento nuclear. Sin embargo, más que hablar de autoconcepto directamente, se
estudia en interacción con las atribuciones causales, las percepciones de
autoeficacia, las estrategias cognitivas-metacognitivas y motivacionales, para
mantener las creencias personales.
En
definitiva, la variedad de teorías y modelos cognitivos de la motivación existentes,
hoy día, destacan que las percepciones sobre uno mismo son determinantes de la
conducta de rendimiento. Todas ellas explicitan las correlaciones entre
cogniciones acerca de las causas de los resultados, creencias de control y
eficacia, pensamientos sobre las metas que se desean alcanzar y las reacciones
emocionales que tales cogniciones generan.
Desde
tiempos remotos, el objetivo de la educación siempre ha sido hacer buenos aprendices
enseñándoles a aprender; pero, a pesar de ello, no todos los modelos utilizados
a lo largo de la historia lo han conseguido, de tal manera que las actuales
concepciones se centran en que se consideren responsables y autoconstructores
activos de su propia formación.
En
ese sentido, el modelo de aprendizaje autorregulado, enfatizado por los autores
cognitivos del procesamiento de la información, aunque también desde otras
perspectivas (conductista, fenomenológica, socio-cultural, constructivista y
cognitivo-social), constituye un nuevo avance y un importante acercamiento al
estudio del logro académico de los estudiantes. Esta concepción parte de la
teoría del aprendizaje social de Bandura (1977, 1986), centrando su atención
en cómo los estudiantes personalmente activan, modifican y mantienen sus
prácticas de aprendizaje en contextos específicos, desplazando el centro de los
análisis educativos, desde la concepción de la capacidad del estudiante y los
ambientes de aprendizaje como entidades fijas, a sus procesos y acciones
personalmente iniciados y diseñados para aumentar su capacidad-habilidad y
entorno de aprendizaje (Zimmerman, 1989, l 990).
Puede
considerarse autorreguladores a los alumnos en la medida en que son, cognitiva-metacognitiva,
motivacional y conductualmente, promotores activos de sus propios
procesos de aprendizaje (Zimmerman, 1990b; McCombs y Marzano, 1990).
Cognitiva-metacognitivamente,
cuando son capaces de tomar decisiones que regulan la selección y uso de las
diferentes formas de conocimiento: planificando, organizando, instruyendo,
controlando y evaluando (Corno, 1986, 1989).
Motivacionalmente,
cuando son capaces de tener gran autoeficacia, autoatribuciones y gran interés
intrínseco en la tarea, destacando un extraordinario esfuerzo y persistencia durante
el aprendizaje (Borkowski et Al., 1990; Schunk, 1986).
Conductualmente,
cuando son capaces de seleccionar, estructurar y crear entornos para optimizar
el aprendizaje, buscando consejos, información y lugares donde puedan ver
favorecido su aprendizaje (Wang y Peverly, 1986; Zimmerman y Martínez-Pons,
1986), autoinstruyéndose y autorreforzándose (Rohrkemper, 1989).
En
suma, un aprendiz efectivo es aquel que llega a ser consciente de las
relaciones funcionales entre sus patrones de pensamiento y de acción
(estrategias) y los resultados socio-ambientales (Corno y Mandinach, 1983;
Corno y Rohrkemper, 1985); es decir, cuando se siente agente de su
comportamiento, estando automotivado, usando estrategias de aprendizaje para
lograr resultados académicos deseados, autodirigiendo la efectividad de su
aprendizaje, evaluándolo y retroalimentándolo.
En
general, podemos señalar que los modelos de aprendizaje autorregulado están
integrados por tres elementos básicos: el uso de estrategias de
aprendizaje autorregulado, el compromiso hacia las metas académicas
y las percepciones de autoeficacia sobre la acción de las destrezas por
parte del alumno.
Las
estrategias de aprendizaje autorregulado son acciones o procesos dirigidos
a la adquisición de información, lo que supone destrezas que incluyen la
implicación, el propósito y la percepción instrumental del alumno. Su
utilización, además de proporcionarle un conocimiento del estado de su
autoeficacia, aumenta la autorregulación de su funcionamiento personal-individualizado,
su actuación académica y su entorno de aprendizaje (Kinzie, 1990). Las estrategias
de aprendizaje autorregulado más significativas identificadas por Zimmerman y
Martínez-Pons (1986) son las siguientes: autoevaluación, organización y
transformación, planificación de metas, búsqueda de información, toma y
control de apuntes y notas, estructuración ambiental (espacio-temporal),
autopremonición, ensayo y memorización, búsqueda de apoyo social entre sus
significativos y revisión del material, entre otras.
Las
metas académicas pueden variar sustancialmente la naturaleza y el tiempo de
la consecución, tales como: calificaciones, aprobación social, oportunidad de
empleo al finalizar los estudios, etc.
La
autoeficacia es la clave determinante del proceso de aprendizaje
autorregulado, referida a las percepciones y creencias que tiene el alumno
respecto a las propias capacidades para organizar y emprender las acciones
necesarias para alcanzar un determinado grado de destreza en la realización de
una tarea específica (Zimmerman, Bandura y Martínez-Pons, 1992). La autoeficacia
está integrada por tres componentes: el valor del resultado, la expectativa del
resultado y la expectativa de la autoeficacia. Esta última puede variar
atendiendo a tres dimensiones: la magnitud, la fuerza y la generalización.
Las
investigaciones sobre metacognición han demostrado que los estudiantes
eficaces difieren de los ineficaces en la forma en que autorregulan sus
procesos mentales y usan las estrategias de aprendizaje. Los estudiantes
eficaces rinden mejor porque saben cómo dirigir su pensamiento para alcanzar
una meta de aprendizaje propuesta, qué estrategias utilizar en su adquisición
y empleo de los conocimientos, y cómo, dónde y por qué emplearlas (Chipman y Segal,
1985; Weinstein y Mayer, 1986; Zimmerman y Martínez Pons, 1990; Weiner y Kluwe,
1987; Paris et Al., 1990).
Las
investigaciones sobre motivación sugieren que los estudiantes con altas
creencias de autoeficacia o competencia, altas expectativas de éxito, alta
motivación intrínseca, que valoran la tarea y persiguen metas de aprendizaje,
es más probable que se impliquen activamente en el aprendizaje y rindan mejor
(Harter, 1986; Pintrich, 1989; Schunk, 1989; Dweck, 1986; Stipek, 1988). Dweck
(1986), por ejemplo, indican que hay numerosas evidencias de la repercusión de
los procesos motivacionales en: a) cómo los estudiantes emplean sus capacidades
existentes y sus conocimientos; b) con qué eficacia adquieren nuevas
capacidades y conocimientos; y c) cómo transfieren esas capacidades y
conocimientos a situaciones nuevas.
Según
Schunk (1991b), las principales claves para autoevaluar el alumno su
autoeficacia se podrían reducir a: los resultados de la propia actuación, el
contexto del aprendizaje, las atribuciones causales, la experiencia vicaria o
similitud del modelo, la credibilidad del persuasor y los síntomas
psicofisiológicos.
Los
componentes del aprendizaje autorregulado (conocimiento, estrategias, metas y
autoeficacia), están modulados por las influencias personales:
conocimiento del alumno, metacognición, metas y reacciones emocionales; por
las influencias conductuales: autoobservación, autoevaluación y
autorreacción; y, por las influencias ambientales, en torno al
aprendizaje por observación o vicario (Zimmerman y Rocha, 1984, 1987;
Zimmerman y Martínez-Pons, 1986, 1988, 1992).
Según
McCombs (1993), las funciones del profesor en un contexto de aprendizaje autorregulado
deberían ser las siguientes:
- Diagnosticar y comprender las necesidades,
intereses y objetivos particulares de los estudiantes.
- Ayudarlos a definir sus propios objetivos y a
que establezcan relaciones entre ellos y los objetivos del aprendizaje
escolar.
- Relacionar el contenido y las actividades de
aprendizaje con sus necesidades, intereses y objetivos particulares.
S
Desafiarlos a que inviertan tiempo y
esfuerzo en asumir responsabilidades personales que les impliquen, en mayor
medida, en las actividades de aprendizaje.
- Proporcionarles oportunidades
para que ejerzan control y elección personal sobre las variables de tarea
seleccionadas, tales como el tipo de actividad de aprendizaje que realizan en
cada situación, el nivel de pericia que se les exige y que demuestran, el grado
de dificultad que prevén, la cantidad de esfuerzo y tiempo que les exige, el
tipo de recompensa, el efecto sobre el conocimiento que ya tienen.
- Crear un clima seguro, de
confianza y de apoyo, demostrando interés real, solicitud y atención a cada
estudiante.
- Atender a las estructuras organizativas
de la clase potenciando las estructuras cooperativas en función de los
objetivos de aprendizaje, frente a estructuras competitivas donde priman los
objetivos de ejecución.
- Subrayar el valor del
cumplimiento y la responsabilidad personal de los estudiantes, así como
destacar el valor de las destrezas y habilidades singulares de cada uno, el
valor del proceso de aprendizaje y las tareas que conducen a él.
- Recompensar las realizaciones de
los estudiantes y estimularlos para que se recompensen a sí mismos y
desarrollen la autoestima personal por los logros que obtienen.
2. LÍNEAS DE
INVESTIGACIÓN.
Existen numerosas investigaciones que
ponen de relieve que el uso de estrategias de aprendizaje, particularmente las
metacognitivas (autorregulación), tienen efectos positivos sobre el rendimiento
académico de los estudiantes, además de incrementos en las percepciones de
autoeficacia y de motivación intrínseca (Covington, 1985, Zimmerman, 1990).
Cuando un estudiante es consciente de la efectividad de las estrategias que
utiliza para regular su aprendizaje académico se siente con control y
responsable de su propio aprendizaje, se incrementa su motivación para
aprender, se sostiene el uso de tales estrategias y se mejora su rendimiento
escolar.
El entrenamiento estratégico del
aprendizaje puede facilitar que los estudiantes adopten una teoría incremental
de la inteligencia (Dweck, 1986), al comprobar que realmente son capaces de
regular su pensamiento (Covington, 1985) y que pueden controlar su producción.
Ahora bien, el conocimiento de estrategias resulta insuficiente para sostener
su uso si la motivación es inadecuada. Precisamente, ciertas investigaciones
en este campo han demostrado que algunas características de los sujetos, como
sus percepciones de competencia y sus atribuciones de los resultados de éxito
o fracaso en el uso o no de estrategias, influyen decisivamente en que estos
lleguen a autorregular efectivamente su aprendizaje.
No obstante, básicamente, estos
estudios emplean medidas de autoinforme tanto de la motivación como del uso
estratégico de la autorregulación, con lo cual revelan claras limitaciones,
dado que se basan en la interpretación de los estudiantes y no del uso real; lo
que exige el examen detallado de la relación entre motivación, uso real de
estrategias y rendimiento académico.
Quizás, en este sentido, los hallazgos
más interesantes sean los que a continuación se exponen:
1º. Zimmerman y Martínez Pons,
en 1986, mediante el procedimiento denominado Self-Regulated Learning Interview
Schedule (SLRIS), para medir el uso de las estrategias de aprendizaje, llegaron
a detectar catorce estrategias: autoevaluación, organización y transforma-ción
de la información, planificación y establecimiento de metas y submetas,
búsqueda de la información, recogida de datos, autodirección, estructuración
del ambiente, autoasignación de sanciones positivas y negativas, repaso y
memorización, búsqueda de asistencia académica y revisión o repaso de notas y
libros.
Estos autores, en 1988 y 1990, llevaron
a cabo una investigación dedicada a examinar la relación entre las percepciones
de autoeficacia y el uso de estrategias de aprendizaje autorregulado,
comprobando que el uso de estrategias de aprendizaje está estrechamente
relacionado con la actuación en las tareas y rendimiento académico superior.
Los estudiantes superdotados demostraron significativamente mayor autoeficacia
verbal y matemática, y mayor uso de estrategias que los estudiantes de clase
regular. Por otra parte, los alumnos del ciclo superior (11º) superaron a los
del medio (8º) y éstos a los del inicial (5º), en las tres medidas de aprendizaje
autorregulado (uso de estrategias y autoeficacia). Al margen de la correlación
encontrada (0,56), la autoeficacia verbal y matemática predijeron el uso de
estrategias de aprendizaje autorregulado.
Además, los datos del desarrollo de
este estudio indicaron que a lo largo del curso académico se producen
incrementos en la autoeficacia percibida y en el uso de estrategias de aprendizaje;
es decir, se incrementa la capacidad de autorregular el aprendizaje (Nisbet y
Shucksmith, 1986; Zimmerman, 1990). Estos hallazgos corroboran las ideas de
otros autores (Nicholls, 1984; Covington, 1985; Harter, 1986), sugiriendo que
el uso de procedimientos instruccionales o de valoración del rendimiento que
reduzcan la comparación social por parte de los profesores, puede favorecer la
motivación, al mejorarse las percepciones de autoeficacia y que éstas inciden
directamente en el uso de las estrategias de aprendizaje. Asimismo, este estudio muestra que los alumnos superdotados
manifiestan mayor motivación académica y autoconfianza (Gottfried, 1990),
autorregulando con mayor eficacia su aprendizaje.
2º. Pintrich y De Groot (1990a)
examinaron correlacionalmente las relaciones entre tres componentes
motivacionales (valor intrínseco de la tarea, autoeficacia percibida y ansiedad),
el uso de estrategias de autorregulación (cognición y autorregulación) y el
rendimiento académico (en ciencias e inglés), a través de la aplicación del
cuestionario MSLQ (Motivated Strategies for Learning Questionnaire),
demostrando que, por una parte, los estudiantes que se creen más eficaces, que
piensan que el trabajo escolar es valioso y trabajan más por aprender (metas
de aprendizaje) que por obtener buenas calificaciones, se implican más
cognitivamente en el trabajo escolar, haciendo mayor uso de estrategias
cognitivas y metacognitivas (autorregulación) y de control de esfuerzo.
Sus hallazgos desvelaron que niveles
altos de autoeficacia (r=0,33) y valor intrínseco de la tarea (r=0,63)
correlacionan con niveles altos de estrategias cognitivas. Asimismo, el uso de
estrategias, altos niveles de autoeficacia (r=0,44) y valor intrínseco
(r=0,73), correlacionaron con niveles altos de autorregulación. Además, se
constató que la ansiedad no tenía ninguna relación con el uso de estrategias
cognitivas, pero sí, negativamente, con la autorregulación. Lo que evidencia que
los alumnos ansiosos muestran mayor dificultad para utilizar adecuada-mente
estrategias metacognitivas y de control de esfuerzo, aunque sí pueden hacerlo
con las específicas (microestrategias) de repetición, elaboración y
organización.
Por otra parte, niveles altos de
autoeficacia y valor intrínseco de la tarea estuvieron asociados a niveles
altos de rendimiento en todos los tipos de tareas examinadas, mientras que
niveles altos de ansiedad sólo correlacionaban con bajo rendimiento en algunas
tareas (exámenes y pruebas objetivas) y no en otras (ensayos e informes de
laboratorio).
Examinado el impacto de los componentes
motivacionales y de los cognitivos sobre el rendimiento, la función de
regresión mostró que los motivacionales no destacaban como predictores
significativos del rendimiento, mientras que los cognitivos sí. Lo que lleva a
pensar que para mejorar el rendimiento académico es preciso enseñar a los
estudiantes estrategias cognitivas y de autorregulación, aunque incrementando
las creencias de autoeficacia y valor intrínseco de la tarea puede mejorar el
uso de estas estrategias. De igual forma, los resultados mostraron que las
estrategias metacognitivas y de control de esfuerzo y persistencia son mejores
predictores del rendimiento que el uso de las estrategias cognitivas, lo que
indica que para mejorar el rendimiento no sólo hay que saber qué estrategias
cognitivas utilizar, sino, especialmente, cuándo y cómo emplearlas. Ahora
bien, la influencia de las estrategias cognitivas y metacognitivas sobre el
rendimiento están mediatizadas por el esfuerzo.
En un estudio posterior, Pintrich y De
Groot (1990b), detectaron que la estabilidad de las creencias motivacionales y
el uso de estrategias metacognitivas, de control del esfuerzo y estrategias
cognitivas, se mantenía a lo largo del tiempo (un curso académico). Además, se
puso de manifiesto la transferencia generalizada de estos componentes hacia
otros dominios. Todos estos datos también fueron confirmados por Pardo y Alonso
(1990), lo que sugieren que el rendimiento académico requiere la concurrencia
de componentes motivacionales (will) y cognitivos (skill).
Por último, Pintrich y De Groot, a
través de un análisis de conglomerados para distinguir tipologías de
estudiantes según sus patrones de motivación, cognición y rendimiento académico,
detectaron cinco grupos de estudiantes en función de su rendimiento, los
formados por los mejores, los peores y, otros tres, los situados en la media,
por encima o por debajo de ella.
Los mejores, alumnos de rendimiento
alto, manifestaron alta motivación y alta capacidad de autorregulación del
aprendizaje. Estos expresaron usar las estrategias de repetición frecuentemente
e implicarse más en las actividades metacognitivas, mostrando mayor capacidad
para regular sus esfuerzos y atención efectiva. Además, tuvieron altas
expectativas de éxito y creencias de que con su capacidad y esfuerzo podrían
obtener éxito académico.
Los peores, alumnos de rendimiento muy
bajo, mostraron baja motivación y baja capacidad de autorregulación, usaron
pocas estrategias metacognitivas, no regularon sus esfuerzos efectivamente, no
confiaron en ir bien en clase y utilizaron casi exclusivamente estrategias de repetición.
Los situados por encima de la media se
caracterizaron por tener alta motivación, pero
baja capacidad de
autorregulación, con interés por el curso y expectativas de éxito, aunque no se
implicaron en actividades metacognitivas, con esfuerzo y atención débiles,
rindiendo mal en tareas que requerían esfuerzo sostenido y actividades de
planificación, regulación y dirección.
Los situados en la media mostraron alta
capacidad de autorregulación pero baja motivación y señalaron que el curso no
les resultaba interesante, valioso o útil, aunque esperaban ir bien, obteniendo
altas puntuaciones en las escalas metacognitiva y de control del esfuerzo.
Los situados por debajo de la media
tuvieron un comportamiento parecido al grupo anterior en cuanto a las
estrategias cognitivas y metacognitivas, aunque con diferentes patrones motivacionales,
distinguiéndose por su alto interés por el curso, pero con dudas respecto a su
capacidad para ir bien en el mismo y con bajas expectativas de éxito.
Lo que evidencia que los estudiantes
situados por encima de la media, en rendimiento, pueden beneficiarse más de los
programas de entrenamiento cognitivo, mientras que los situados por debajo, de
los de reentrenamiento atribucional y de las expectativas de autoeficacia.
3º. Pokay y Blumenfeld (1990)
analizaron las relaciones entre motivación (autoconcepto académico,
expectativas de éxito y valor dado a la tarea), el uso de estrategias generales
de aprendizaje (cognitivas, metacognitivas y manejo del esfuerzo) y específicas
en geometría, y el rendimiento al principio y al final de un semestre, con
alumnos de la high school; siendo lo más novedoso, el examen de cómo estos
componentes influyen en el rendimiento en distintos momentos del curso escolar.
El estudio correlacional constató, en
general, los mismos resultados que el estudio de Pintrich y De Groot, si bien,
al principio del primer semestre, el uso de estrategias específicas de
geometría y autorregulación correlacionaron significativamente con el
rendimiento; mientras que, al final del semestre, sólo las estrategias de
manejo del esfuerzo correlacionaron significativamente con el rendimiento. En
cuanto a las relaciones entre motivación y uso de estrategias, los resultados
mostraron que el valor dado a la tarea estuvo significativamente correlacionado
con el uso de todo tipo de estrategias, tanto al principio como al final del
semestre. Por otra parte, en ambos momentos, el autoconcepto en matemáticas y
las expectativas de éxito correlacionaron significativamente con la estrategia
de manejo del esfuerzo, pero no con otros tipos de estrategias.
El estudio de sendas para el análisis
de los efectos de la motivación sobre el uso de estrategias y la influencia
conjunta de ambas sobre el rendimiento, al principio y al final del semestre,
reveló los siguientes datos: 1º) Al principio del semestre, las expectativas de
éxito y el valor dado a la tarea predijeron el uso de estrategias y, además,
las expectativas, el uso de estrategias específicas de geometría y el uso de
estrategias de manejo del esfuerzo influyeron en el rendimiento. 2º) Al final
del semestre, el valor percibido de la materia predijo el uso de estrategias
y, además, el autoconcepto en geometría y el uso de estrategias metacognitivas
influyeron en el rendimiento. El hecho sorprendente de que el autoconcepto
no predijera el uso de estrategias, según estos autores, puede explicarse
porque estos estudiantes utilizan eficazmente estrategias cognitivas, pero no
son consciente de hacerlo.
Como conclusión general, los autores,
señalan que los resultados sugieren que el auto-concepto basado en la
experiencia previa inmediata no predice el rendimiento directamente al
principio del nuevo curso; sino indirectamente a través de su relación con las
expectativas de éxito, que sí inciden directamente sobre él. Sin embargo,
posteriormente, el autoconcepto formado sí predice el rendimiento. Por otra
parte, el valor dado a la materia tiene un efecto indirecto sobre el
rendimiento, pero predice directamente, tanto al principio como al final del semestre,
el uso de estrategias de aprendizaje, corroborando los hallazgos de Pintrich y
De Groot (1989, 1990). Por último, parece ser que los estudiantes pueden hacer
uso efectivo de sus estrategias metacognitivas sólo después del dominio de
las específicas y que el autoconcepto está relacionado con la eficiencia con
que se utilizan las estrategias de aprendizaje.
4º. Newman (1990) estudió la
relación entre la recurrencia de los estudiantes a la estrategia de búsqueda
de asistencia académica en clase y las diferencias que presentan en competencia
académica y orientación motivacional, utilizando como medidas de competencia
percibida y de orientación motivacional las diseñadas por Harter (1980, 1985):
The Self Perception Profile for Children y The Intrinsic versus Extrinsic
Orientation in the Classroom.
Los hallazgos mostraron que los
estudiantes con alta competencia percibida y orienta-ción motivacional
intrínseca tienen mayores intenciones de buscar ayuda académica cuando lo
necesitan, lo que van en la línea de los resultados obtenidos por Covington y
Beery (1976). Estos estudiantes, al contrario que los de baja competencia,
interpretan el fracaso como síntoma de una inadecuación específica subsanable,
no descalificadora globalmente, por lo que tienden a la búsqueda de ayuda como
medio de mejora.
5º. Wellman (1990) realizó un
estudio evolutivo de la metacognición unificando la psicología básica con la
psicología del desarrollo, cuyo objetivo era esquematizar el conocimiento
que los niños tienen de un tema intrigante, el pensamiento, y lograr una
caracterización particular de dicho conocimiento (Wellman, 1995:19). En
esta línea, también tenemos en España notables exponentes, tales como: Rivière,
Sarriá, Núñez y Rodrigo (1994).
El autor parte de la idea de la
identificación de la metacognición con la teoría que cada cual tiene y
construye de su propia mente. La teoría sobre la mente contendría información
de los siguientes aspectos: los pensamientos existen sólo en la mente; los
pensamientos son distintos de las cosas que representan y, también, de los
sentimientos; la mente es algo individual y personal, es diferente del
cuerpo; la localizamos físicamente en el cerebro; contiene sueños y fantasías a
los que no pone límite la realidad; etc. El conocimiento sobre la mente, como
el resto de conocimientos declarativos, procedimentales y condicionales, se
adquiere y construye a lo largo del tiempo.
La teoría de la mente de Wellman se
conforma a partir de conocimientos que provienen de cinco ámbitos diferentes:
a) De la existencia. Los niños
adquieren progresivamente conocimiento de que son seres con mente, que poseen
mundos internos, independientes y diferentes de la realidad, y de los mundos
que poseen otras personas, diferenciación que se inicia entre los 2 y 3 años.
b) Del conocimiento. Entre los 4-5
años, los niños comienzan a diferenciar entre distintas actividades mentales:
pensar, recordar, saber, soñar, etc.; a distinguir entre las reacciones y
emociones personales y las de otros, aunque con distinto significado que para
los adultos.
c) De las variables que afectan al
conocimiento, como son los distintos tipos de tareas, la relación que mantienen
las tareas con las demandas y dificultades que presentan, las diferencias
individuales que concurren en la ejecución de las tareas (unos saben más que
otros, recuerdan más que otros... ), las relaciones entre los deseos, las
creencias y los sentimientos; la comprensión de las emociones.
d) Del carácter integrador de toda la
actividad mental del individuo (procesos y habilidades cognitivas), en una
única habilidad cognitiva activa, invisible y que necesita del cerebro.
e) Del control que ejerce el
conocimiento en la adquisición de información: conocemos, evaluamos y
controlamos los propios estados mentales introduciendo autocontrol a la capacidad
de aprender.
6º. Borkowski y Muthukrishna
(1992) intentando dar explicación a los procesos que ponen en funcionamiento
tanto los alumnos con buen rendimiento como los que tienen dificultades en su
trabajo escolar, parten de la idea de que cualquier acto cognitivo tiene
consecuencias motivacionales que potencian futuras conductas autorreguladoras,
afirmando que en la medida en que se van perfeccionando los procesos
estratégicos y ejecutivos, el niño llega a reconocer la utilidad general e
importancia de comportarse de forma estratégica (conocimiento estratégico
general) y del desarrollo de expectativas de autoeficacia. Los niños aprenden
a atribuir los resultados académicos positivos (y negativos) al esfuerzo
dispensado en la organización estratégica más que a la suerte y a comprender
que la competencia mental puede ser mejorada a través de la conducta
autorregulada y/o adquirida. De esta forma, el modelo metacognitivo integra
acciones cognitivas (en la forma de utilización de estrategias), con sus causas
motivacionales y consecuencias (Borkowski y Muthukrishna, 1992:29).
Según estos autores, una autoestima
positiva y creencias atribucionales específicas sobre el papel del esfuerzo en
el rendimiento contribuyen poderosamente al surgimiento de un sistema
metacognitivo maduro. La autoestima y los patrones atribucionales, entre otros
estados motivacionales, se cree que se desarrollan a partir del conocimiento
estratégico general, lo cual es una prueba de que un buen rendimiento se
encuentra mediatizado por el aprendizaje, la memoria y las estrategias de
resolución de problemas. En términos de su realización estratégica y
metacognitiva, los alumnos de bajo rendimiento, comparados con los de buen
rendimiento, son menos persistentes en el logro de una meta, fracasan mucho más
en la aplicación de las estrategias adecuadas y tienen mucho menos en cuenta
las demandas de las tareas. Estas deficiencias parece que son producto, en
parte, del fracaso de los alumnos con bajo rendimiento en el desarrollo de
estados afectivos y creencias de carácter motivacional apropiados.
Borkowski y Muthukrishna, (1992)
destacan la importancia de los procesos o estados personales-motivacionales,
como ellos denominan, sobre el correcto procesamiento de la in-formación, tales
como: creencias atribucionales, motivación de logro, motivación intrínseca y
autoconocimiento (autoconcepto, autorrespeto, autoconcepto de trabajo,
autoconcepto ideal, metas de aprendizaje, etc.).
Por su parte, otros autores, aunque
reconocen la importancia del autoconcepto dentro del proceso motivacional,
cuando abordan la relación entre motivación y aprendizaje escolar, no lo tratan
de una forma tan exclusiva y global, pensando quizás en su difícil
transparencia a la hora del análisis de interrelaciones e influencias, por
ejemplo: la teoría de las metas de aprendizaje de Dweck (1975), la teoría de
la autovalía de Covington y Beery (1976), el modelo de eficacia percibida de
Schunck (1985), la teoría atribucional de la motivación de logro de Weiner
(1986), etc.
En consecuencia, no debemos pensar en
el constructo “motivación” como una sola variable, sino enfocarlo como un
conglomerado o conjunto de variables en continua interacción entre sí, de tal
manera que los cambios que se produzcan en una de ellas conllevará modificaciones
en las demás (Sterling, Yeisley-Hynes, Litle y Cater, 1992). No obstante,
relacionando los aspectos nucleares de las teorías motivacionales, las
variables centrales que integran el complejo motivacional más destacadas son:
el autoconcepto, los patrones de atribución causal, las metas de aprendizaje y
las expectativas de logro.
En cualquier caso, en opinión de los
autores más relevantes en el campo el aprendizaje escolar, según el tipo de
motivación que predomine en un sujeto podría estar significativamente
relacionado con la puesta en práctica de ciertos patrones de comportamiento
estratégico y, en consecuencia, con el enfoque de estudio utilizado (Biggs,
1985, 1989, 1991; Entwistle, 1988; Porto, 1994; Schmeck, 1988; Selmes, 1988;
Weinstein, Goetz y Alexander, 1988).
7º. Butler y Winne (1995)
ofrecen una síntesis teórica acerca de la relación entre la retroalimentación y
el aprendizaje autorregulado (SRL), poniendo de manifiesto que para todas las
actividades autorreguladoras (como proceso deliberado de juicio adaptativo), la
retroalimentación (reorganización) es un catalizador inherente.
A medida que los aprendices se
supervisan (monitoring) en sus tareas mediante el esfuerzo, se genera una
retroalimentación interna gracias al propio proceso instructivo. Esta retroalimentación
describe la naturaleza de los resultados y las cualidades del proceso cognitivo
que precede a los mismos. La mayoría de los aprendices con éxito desarrollan
rutinas cognitivas propias para crear una retroalimentación interna mientras
se esfuerzan en sus tareas. Por ejemplo, elaborando un plan de esfuerzo en una
tarea, un aprendiz puede generar un criterio en contra o a favor de los próximos
estados de esfuerzo.
En otros casos, cuando surge alguna
discrepancia entre la actuación actual y la deseada, los aprendices
autorreguladores buscan la retroalimentación en fuentes externas, como ayuda
de compañeros en grupos de colaboración, notas de los profesores en el
trabajo que han hecho en clase, respuestas a sus dudas en el libro de texto,
etc. Las investigaciones confirman, generalmente, que los aprendices son más
efectivos cuando tienden a buscar esta retroalimentación externamente
(Bangert-Drowns, Kulik, Kulik & Morgan, 1991; Kulhavy & Stock, 1989;
Meyer, 1986).
Butler y Winne (1995) sitúan la
retroalimentación dentro de un modelo de autorregulación que guía las
actividades cognitivas a medida que se afirman y se restauran los conocimientos
(Rumelhart & Norman, 1978). El aprendizaje autorregulado es un proceso que
se desarrolla, paso a paso, con el tiempo. Es también recursivo; es decir, en
la instrucción interna de una tarea actual, el factor primordial para el
esfuerzo del aprendizaje autorregulado genera retroalimentación que, por
turnos, es introducida (asimilada -input-) contribuyendo a la regulación del
esfuerzo cognitivo consecuente del aprendiz. Por lo tanto, realizando una
retroalimentación en el contexto del proceso autorregulador, dinámicamente,
necesita considerar cómo se desarrolla el proceso cognitivo como función de la
retroalimentación reguladora y cómo esta retroalimentación es generada o
conseguida mediante el proceso cognitivo.
Las investigaciones sobre
retroalimentación-autorregulación, en general, han enfocado comportamientos de
una manera muy parca (por ejemplo, estudiando pasajes enteros o respondiendo
ciertas partes de exámenes después de haberlos estudiado) y, por tanto, han
recogido datos que fracasan en reflejar la varianza de la diferencia en el
comportamiento que es la regulación (Howard-Rose y Winne, 1993; Winne, 1982).
Esto ha enmascarado el fenómeno que constituye el aprendizaje autorregulado y
también ha ocultado los papeles de la retroalimentación dentro de los
procesos de autorregulación que dichas investigaciones pretenden describir. En
general, estas aproximaciones metodológicas en el estudio de la autorregulación
ofrecen sólo una iluminación indirecta sobre los factores que constituyen el
aprendizaje autorregulado (SRL).
Butler y Winne (1995) hacen un análisis
más detallado sobre los papeles de la retroalimentación dentro de las
actividades cognitivo-dinámicas que se desarrollan durante el aprendizaje
autorregulado. Su modelo de autorregulación, obtenido mediante otros modelos
psicológicos y educacionales (Bandura, 1993; Carver y Scheier, 1990; Corno,
1993; Kuhl y Goschke, 1994; Mithaug, 1993; Paris y Byrnes, 1989; Zimmermam,
1989), emplea esta síntesis como estructura para analizar los proceso
cognitivos envueltos en esta autorregulación y para interpretar e integrar los
resultados de diversas tradiciones en la investigación que, hasta ahora, habían
investigado la retroalimentación y sus efectos en el conocimiento.
Más específicamente, revisan varias
áreas de investigación que no se citan normalmente en las investigaciones
educacionales sobre la retroalimentación o sobre el aprendizaje autorregulado:
afectos y su relación a la persistencia durante su autorregulación, el papel de
retroalimentación autogenerada en tomar decisiones, la influencia de los
sistemas de creencias de los estudiantes sobre el aprendizaje y el proceso de
un cambio conceptual dentro de los errores conceptuales. Más tarde, examinan
las funciones del conocimiento y las creencias en los esfuerzos cognitivos,
el proceso de elegir metas, procesos mediante los cuales los estudiantes
seleccionan, adaptan y generan tácticas y estrategias durante el aprendizaje, y
el proceso de pivote de la instrucción (precisamente, el aprendizaje autorregulado
constituye un pivote sobre el que gira el estudio académico).
Sobre la instrucción, otorgan una
atención especial a cuatro hechos principales:
a) Cómo se instruyen los estudiantes.
b) Tipos de retroalimentación interna
que generan los estudiantes mientras se instruyen.
c) Saber si los estudiantes se han
instruido bien.
d) Las dificultades que pueden surgir
en este proceso de instrucción.
Finalmente, reexaminan una variedad de
estudios recientes sobre la retroalimentación empleando su modelo de
aprendizaje autorregulado para reexplicar los resultados de los efectos de la
retroalimentación en el aprendizaje, concluyendo con la sugerencia de
direcciones para futuras investigaciones, alegando que tanto la investigación
sobre la retroalimentación como la investigación sobre el aprendizaje
autorregulado deberían ir fuertemente ligadas.
Los tres estudios fundamentales que
analizan son los siguientes: 1º) El modelo de retro-alimentación de Balzer,
Doherty y O'Connor (1989), que explica las relaciones entre las características
de las tareas, la realización de las mismas y la retroalimentación externa. 2º)
El modelo de autorregulación de Carver y Scheier (1990), para examinar más
específicamente la influencia y producción de los afectos durante la
autorregulación y la naturaleza de la retroalimentación interna. 3º) Los
modelos de Schommer (1990, 1993), Schommer, Crouse y Rhodes (1992) y de Chinn y Brewer (1993), relativos a la
influencia del conocimiento y las creencias del estudiante sobre la
autorregulación y el proceso de retroalimentación.
A partir de ahí, Butler y Winne (1995),
integran los anteriores estudios y otras fuentes, proponiendo un modelo de aprendizaje
autorregulado y el papel que juega la retroalimentación externa en dicho
proceso, más elaborado y detallado, que esquemáticamente queda recogido en el
Cuadro 2.1.
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Cuadro 2.1.

Modelo de
Aprendizaje Autorregulado de Butler y Winne (1995)



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Este modelo propone que
los alumnos filtren información que provenga de una retroalimentación externa,
a través del conocimiento y los conceptos, aplicando el conocimiento
condicionado para identificar los elementos característicos que mueven el
proceso de fijación de objetivos, dotándolos de criterios para seleccionar
entre tácticas y estrategias. Como estas tácticas y estrategias generan
productos cognitivos, implican una autodirección. Por tanto, al igual que la
retroalimentación autogenerada (interna), la retroalimentación externa influye
en el aprendizaje mediante la autodirección.
En general, el
aprendizaje mejora cuando la retroalimentación informa al estudiante acerca de
su autodirección en las necesidades del aprendizaje (logro relativo a las metas
en fases anteriores de implicación) y los guía en cómo lograr objetivos de
aprendizaje (compromiso cognitivo, mediante la aplicación de tácticas y
estrategias). Debido a que los aprendices regulan intrínsecamente su estudio
bajo condiciones que aseguran el control de éste sobre la cantidad y secuencia
de las tareas instruccionales, se corrobora la efectividad relativa de la
retroalimentación funcional y su validez.
Los hallazgos aportados por todas las
investigaciones tratadas, sugieren que el conocimiento, creencias y
pensamiento conjunto de los estudiantes, median los efectos de la
retroalimentación externa. Esta mediación es el conducto, a través de la
autodirección, de la informa-ción sobre varios tópicos -tareas, el yo,
características epistemológicas del conocimiento, me-tas y tácticas y
estrategias cognitivas- para confirmar, reelaborar, añadir, pulir o
reestructurar la extensión de los contenidos y las creencias. Es decir, es una
mediación que ofrece un recuento de cómo se construye el conocimiento en el
proceso de aprendizaje.
En suma, todos estos
estudios sobre las relaciones entre metacognición, motivación y rendimiento
académico, señalan la necesidad de desarrollar en los alumnos tanto el deseo o
mejor voluntad de aprender (will), como las capacidades (skill) que inciden
directamente sobre el control del propio proceso de aprendizaje, mostrando que
ésta implicación activa se incrementa cuando el alumno valora las tareas de
aprendizaje que se le asignan y, además, confía en sus capacidades académicas,
teniendo altas expectativas de autoeficacia y sintiéndose responsable de
lograr los objetivos propuestos (autocompetencia), lo que está asociado con
altas expectativas de éxito, afectos positivos, ansiedad baja y motivación
intrínseca, influyendo sobre el control cognitivo, la regulación del esfuerzo,
la persistencia en las tareas y otros recursos.
De todas estas
investigaciones se pueden extraer las siguientes directrices para el desarrollo
de patrones motivacionales adecuados, la capacitación en el aprendizaje autorregulado
y el mantenimiento de la autoestima:
1º. Si queremos que
nuestros alumnos aprendan a aprender, es preciso enseñarles a autorregular su
aprendizaje, a través de las estrategias oportunas.
2º. Las metas u objetivos
de aprendizaje propuestos deben caracterizarse por su proximidad, especificidad
y nivel óptimo de dificultad.
3º. La evaluación
formativa debe ser el eje central de la orientación educativa.
4º. La atribución causal
del profesor hacia sus alumnos y el curriculum, especialmente el implícito,
debe transmitir la idea de valía y capacitación para el aprendizaje.
5º. Los alumnos deben
desenvolverse en ambientes educativos cooperativos.
6º. La educación debe
favorecer la autonomía y la orientación de los alumnos durante todo el proceso
de aprendizaje.
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